The New York Times
Joseph R. Biden Jr. logró la victoria con un mensaje de unidad y reconciliación. Volverá a Washington a enfrentar un conjunto de crisis abrumadoras.
Joseph Robinette Biden Jr. fue electo como el 46° presidente de Estados Unidos el sábado, con la promesa de restaurar la normalidad política y un espíritu de unidad nacional para confrontar las devastadoras crisis económicas y de salud, convirtiendo así a Donald J. Trump en un presidente de un solo mandato luego de cuatro años de revuelo en la Casa Blanca.
La victoria de Biden equivalió al repudio de millones de votantes exhaustos con la conducta divisoria y el gobierno caótico de Trump y la hizo posible una alianza improbable de mujeres, personas de color, votantes jóvenes y mayores y una tajada de republicanos marginados. Trump es el primer titular en perder la reelección en más de un cuarto de siglo.
El resultado también ha sido un momento histórico para la compañera de fórmula de Biden, la senadora por California Kamala Harris, quien se convertirá en la primera mujer en ser vicepresidenta.
Con su triunfo, Biden, quien cumplirá 78 años este mes, cumple una ambición de décadas en su tercer intento por llegar a la Casa Blanca y se convierte en la persona de más edad en ser electo presidente de Estados Unidos. Biden, un pilar de Washington que fue votado por primera vez en medio del escándalo de Watergate y que prefiere el consenso al combate, liderará un país y un Partido Demócrata mucho más ideologizados que en 1973, cuando llegó a la capital.
Biden propuso una agenda demócrata convencional, sin embargo muchos votantes se inclinaron más por su biografía que por una plataforma de políticas. En búsqueda del cargo más elevado del país medio siglo después de su primera campaña política, Biden —un candidato en el otoño de su carrera— presentó a los votantes su vida de reveses y recuperaciones como una parábola para un país herido.
En una declaración breve, Biden pidió reconciliación y unidad. “Finalizada la campaña, es hora de dejar atrás la ira y la retórica dura y unirnos como nación”, dijo. “Es hora de que Estados Unidos se una. Y sane. Somos Estados Unidos. Y no hay nada que no podamos hacer, si lo hacemos juntos”. Se espera que Biden se dirija a la nación el sábado por la noche.
En su declaración, Trump insistió en que “esta elección está lejos de terminar” y prometió que su equipo “comenzará a procesar nuestro caso en la corte”, pero no ofreció detalles.
La contienda, que concluyó después de cuatro días tensos de conteo de votos en un puñado de estados clave, fue un peculiar referendo para Trump de un modo distinto a cualquier otra reelección presidencial de los tiempos modernos. El actual mandatario codiciaba la atención, y los votantes, ya sea que lo adoraran o lo odiaran, estuvieron ansiosos de emitir un juicio sobre su mandato. Los estadounidenses muy rara vez expulsan del cargo a los presidentes titulares, pero desde el inicio de la carrera, Biden puso el carácter del presidente en el centro de su campaña.
Este enfoque implacable hizo que resultara victorioso en bastiones históricamente demócratas en el Medio Oeste industrial, donde Biden forjó una coalición de habitantes suburbanos y de grandes ciudades para recuperar al menos tres de los estados que su partido perdió en 2016.
Aunque logró sacar a Trump del cargo con sus votos, los electores enviaron un mensaje incierto sobre la plataforma hacia la izquierda propuesta por Biden, pues los demócratas perdieron curules en la Cámara de Representantes y solo lograron un modesto avance en el Senado. Esta consideración dividida —un raro ejemplo de voto cruzado en tiempos partidistas— demostró que, para muchos votantes, su desdén por el presidente era tan personal como político.
Incluso en la derrota, empero, Trump demostró su atractivo entre muchos votantes blancos y su intensa popularidad en las zonas rurales, lo que subrayó las profundas divisiones nacionales que Biden ha prometido sanar.
El resultado de la contienda se fue aclarando lentamente a medida que los estados y municipios forcejeaban con los desafíos legales y logísticos de votar en medio de la pandemia del coronavirus. Debido a un enorme retraso en el conteo de los votos anticipados y enviados por correo, algunos estados reportaron sus totales en un flujo titubeante que, en la madrugada del miércoles, pintaba un panorama engañosamente prometedor para Trump.
Pero cuando las grandes ciudades del Medio Oeste y del Oeste empezaron a reportar sus totales, el mapa electoral se volteó a favor de Biden. Para la tarde del miércoles, el exvicepresidente había reconstruido gran parte de la llamada muralla azul del Medio Oeste al recuperar Wisconsin y Michigan, estados clave que históricamente han sido demócratas pero donde Trump ganó hace cuatro años. Y el sábado, al registrarse un aluvión de boletas provenientes de Filadelfia y Pittsburgh, también recuperó Pensilvania.
Aunque Biden no llegó a declarar su victoria durante el transcurso de la semana, hizo varias apariciones desde Delaware, el estado donde reside, para expresar su confianza de que ganaría y al mismo tiempo le pidió paciencia al país que aguardaba los resultados. Incluso cuando intentó reclamar algo parecido a un mandato electoral ante el hecho de que había obtenido más votos populares que cualquier otro candidato de la historia, Biden adoptó un tono de reconciliación.
Pronto, dijo, sería el momento de “unir, de sanar, de reunirnos como una nación”.
En los días posteriores a la elección, Biden y su partido enfrentaron un torrente de ataques por parte de Trump. El miércoles en la noche, el presidente habló desde la Casa Blanca y aseguró falsamente que había ganado la contienda y que los demócratas conjuraban votos fraudulentos para socavarlo, un tema al que volvió la noche del jueves en una declaración llena de reclamos en los que se remitió, sin dar evidencias, a una conspiración para robarle votos.
Los colaboradores de la campaña del presidente adoptaron un tono desafiante cuando los estados en disputa se le adjudicaron a Biden y aseguraron que exigirían un recuento en Wisconsin y emprenderían acciones legales para detener los conteos en Michigan y Pensilvania. La mañana del viernes, su equipo de campaña emitió una declaración en la que prometía seguir adelante con las disputas legales y declaraba que, a pesar de la disminución de su ventaja en Pensilvania y Georgia, “esta elección no ha terminado”.
Aunque la ira de Trump tenía el potencial de fomentar divisiones políticas e incluso disturbios civiles, no había indicios de que pudiera tener éxito con su estrategia legal aparentemente improvisada.
Al final, fue Pensilvania la que le permitió a Biden llegar a los 270 votos que necesitaba en el Colegio Electoral para llevarse la victoria. Biden lidera con más de cuatro millones de votos en todo el país.
Durante todo el proceso, el coronavirus y sus estragos en el país pesaron sobre la elección y encauzaron la decisión de los votantes. Al enfrentarse a un electorado cansado de su conducta, el presidente selló su derrota al minimizar una pandemia que ha provocado crisis simultáneas en áreas como la salud y la economía.
Desde que empezó el brote del virus, a principios del año, hasta su propio diagnóstico sucedido el mes pasado e incluso en las últimas horas de la elección, Trump ignoró a sus asesores médicos y a la opinión pública incluso cuando más de 230.000 personas perecieron en Estados Unidos.
Biden, por el contrario, buscó canalizar el enojo de quienes se indignaron por la manera en que Trump manejó la pandemia. Se ofreció como un puerto seguro para una gran variedad de estadounidenses al prometer que guiaría a la nación a través de lo que definió como el “invierno oscuro” del brote, en vez de dar un mensaje visionario con relucientes temas ideológicos.
Mientras que el presidente ridiculizó el uso de cubrebocas e insistió en seguir adelante con sus mítines multitudinarios, poniendo en peligro a sus propios seguidores y al personal que lo acompaña, Biden y Harris hicieron campaña con precaución, evitando los eventos en espacios interiores y perseveraron en el distanciamiento social y el uso de mascarillas.
Convencido de que podría recuperar los estados norteños que hace cuatro años apoyaron a Trump, Biden enfocó su energía en Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Logró triunfar en esos estados con la fuerza del apoyo abrumador de las votantes, que participaron masivamente para repudiar a Trump a pesar de los llamados de último momento del presidente a las “amas de casa suburbanas”, como las llamó.
Muchas de las mujeres que decidieron el destino de las elecciones son residentes de los suburbios políticamente moderadas y con estudios universitarios, que hicieron sentir su presencia por primera vez como fuerza electoral en los comicios de medio término de 2018. En esa ocasión una ola histórica de candidatas y votantes femeninas fueron la fuerza detrás del impulso de los demócratas, que arrasaron en la Cámara de Representantes.
Incluso al margen de la pandemia, la campaña 2020 se desarrolló con un telón de fondo de tumulto nacional sin parangón en la historia reciente, incluido el voto en la Cámara de Representantes para llevar al presidente a juicio político hace menos de un año, una ola nacional de protestas por la injusticia racial la primavera pasada, espasmos de agitación civil a lo largo del verano, la muerte de una magistrada de la Corte Suprema en septiembre y la hospitalización de Trump en octubre.
En el trayecto, Trump jugó con su base conservadora en busca de dividir al país por asuntos culturales y de raza. Alentó esos miedos y las divisiones sociales subyacentes que los fomentaban. Y durante meses buscó sembrar dudas sobre la legitimidad del proceso político.
Biden, en respuesta, ofreció un mensaje de sanación que apelaba a los estadounidenses desde la extrema izquierda hasta la centroderecha. Construyó una causa común al prometer un alivio a la diatriba incesante y la deshonestidad de la presidencia de Trump.
El exvicepresidente también buscó demostrar sus diferencias con el presidente al elegir a Harris, de 56 años, cuya presencia en la fórmula, como hija de inmigrantes india y jamaiquino contrastaba completamente con la implacable culpabilización que el presidente ha hecho de los inmigrantes y otros miembros de las minorías raciales.
Biden es apenas el segundo católico en llegar a la presidencia de Estados Unidos, junto con John F. Kennedy.
En una era en la que las diferencias políticas han hecho metástasis en una guerra tribal, al menos 74 millones de votantes eligieron a una figura que se ha hecho conocida como el panegirista en jefe por su empatía y su amistad con republicanos y demócratas por igual.
En lo que fue un signo de cuánto logró Trump alienar a los republicanos tradicionales, varios miembros sobresalientes del partido apoyaron la candidatura de Biden, entre ellos Cindy McCain, la viuda del exsenador John McCain; los otros dos nominados presidenciales del Partido Republicano de este siglo, George W. Bush y Mitt Romney, se negaron a apoyar a Trump.
Pero a pesar de todo el noble lenguaje sobre la unión del país, Biden fue un candidato vacilante que llevó a cabo una campaña cauta, convencido de asegurarse de que la elección fuera un referendo sobre Trump. El exvicepresidente volvió por completo a la gira de campaña solo alrededor del Día del Trabajo y durante semanas limitó sus apariciones a un estado cada dos días aproximadamente. Viajó al oeste de la zona horaria central solo una vez durante las elecciones generales.
Mientras se prepara para rendir juramento, volverá a Washington a encarar una serie de crisis abrumadoras. Biden estará presionado a asegurar y distribuir rápidamente una vacuna segura para el coronavirus, revivir una economía que podría estar incluso en peor forma en enero de lo que está ahora y ocuparse de la justicia racial y las cuestiones policiales que este año suscitaron algunas de las protestas más numerosas de la historia de Estados Unidos.
Y lo hará con un Congreso que está mucho más polarizado que el Senado que dejó hace una década, en una legislatura en la que muchos republicanos han adoptado el populismo nativista de Trump y los demócratas cada vez son más sensibles a una izquierda vigorosa. Si Biden es incapaz de salvar esa brecha como presidente y conseguir la cooperación del Partido Republicano, enfrentará una inmensa presión por parte del ala progresista de su partido para que abandone una postura de conciliación y adopte una de combate.
Biden ha expresado esperanzas de trabajar con los legisladores republicanos mientras que se ha rehusado a apoyar los objetivos más ambiciosos de su partido, como el cuidado de salud de un solo pagador y el Nuevo Acuerdo Verde; se ha resistido a los cambios estructurales, como la incorporación de jueces a la Corte Suprema.
Esto ha irritado a la base de su partido pero dificultó a los republicanos, en todos los niveles de la boleta, presentarlo como un extremista. Biden estuvo mayormente ausente de los anuncios republicanos, que más bien usaron su publicidad para insistir que el Partido Demócrata quedaría en manos de figuras más polarizantes como el senador Bernie Sanders.
A diferencia de los últimos dos demócratas que derrotaron a titulares después de que los votantes se cansaran del liderazgo republicano, Jimmy Carter y Bill Clinton, Biden no llegará a la capital como un juvenil recién llegado. Más bien, completará un triunvirato de liderazgo demócrata de legisladores mayores de 70 años que incluye a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y al senador Chuck Schumer.
Durante la campaña, Biden se refirió a sí mismo como una figura de transición que sacaría al país de una crisis y luego daría paso a una nueva generación. Pero en privado ha rechazado la sugerencia de que se comprometa a servir un solo mandato, al concebirlo como una garantía instantánea de que eso le conferiría estatus de político con los días contados.
Una de las pruebas más significativas de la presidencia de Biden será cómo navega las crecientes divisiones en su partido.
Sin embargo, puede disfrutar de un periodo de luna de miel, debido tanto a la magnitud de los problemas con los que está lidiando como al presidente que derrotó.
Esta elección representa la culminación de casi cuatro años de activismo organizado en torno a la oposición a Trump, un movimiento que comenzó con la Marcha de las Mujeres el día después de su toma de posesión. De hecho, la elección de Biden pareció menos el logro único de un abanderado político que el ápice de una ola política desencadenada por las elecciones de 2016, una en la que Biden surfeó más de lo que dirigió.
Pero el índice de aprobación del trabajo de Trump nunca llegó al 50 por ciento y, cuando el coronavirus se propagó por todo el país y Biden reclamó oficialmente la nominación demócrata en marzo, las esperanzas del presidente de postularse con una economía en auge y contra un oponente de extrema izquierda se evaporaron de inmediato.
Aún así, muchos demócratas estaban nerviosos y algunos republicanos se mostraron desafiantemente optimistas en las elecciones, ambos todavía tomados por la sorpresa de Trump hace cuatro años. Y hasta bien entrada la noche del martes 3 de noviembre, parecía que el presidente podría ser capaz de hacerlo de nuevo. Pero cuatro días más tarde, después de un año de prueba en Estados Unidos y cuatro años turbulentos del gobierno Trump, la victoria estaba en manos de Biden.
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